logo
header-add

Afganistán: el temor a que el país vuelva a ser un santuario para al-Qaeda

por Enrique Herbert C.
19-08-2021

Comparte en

En los remotos valles cubiertos de pinos de la provincia afgana de Kunar y en los foros yihadistas en Internet hay júbilo por lo que los partidarios de al-Qaeda ven como "una victoria histórica" de los talibanes.

La humillante partida de las mismas fuerzas que expulsaron temporalmente tanto a los talibanes como a al-Qaeda hace 20 años ha supuesto un enorme impulso moral para los yihadistas antioccidentales de todo el mundo.

Los posibles escondites para ellos que ahora se abren en los espacios no gobernados del país son un premio tentador.

Especialmente para los militantes del grupo Estado Islámico (EI) que buscan encontrar una nueva base después de la derrota de su autoproclamado califato en Irak y Siria.

Generales y políticos occidentales advierten que el regreso de al-Qaeda a Afganistán, reforzado, es "inevitable".

Los talibanes, que quieren ofrecer una imagen más moderada e internacional, dijeron que no van a permitir que Afganistán sea usado como santuario del terrorismo.

El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, advirtió que las naciones occidentales deben unirse para evitar que Afganistán vuelva a convertirse en un refugio para grupos terroristas internacionales.

Y el lunes, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pidió al Consejo de Seguridad de la ONU que "utilice todas las herramientas a su disposición para reprimir la amenaza terrorista global en Afganistán".

La última vez que los talibanes gobernaron todo el país, de 1996 a 2001, Afganistán era prácticamente un estado paria.

Solo tres países, Arabia Saudita, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos, reconocieron su legitimidad.

Además de brutalizar a su propia población, los talibanes proporcionaron un santuario seguro para la organización al-Qaeda de Osama Bin Laden, que orquestó los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos que mataron a casi 3.000 personas.

Se estima que 20.000 reclutas de todo el mundo pasaron por los campos de entrenamiento de al-Qaeda, aprendieron habilidades letales y crearon lo que se conoció como "una universidad del terrorismo" expandiendo el terror a medida que volvían a sus países.

Hoy en día los talibanes todavía se ven a sí mismos como los gobernantes legítimos, aunque no elegidos, del "Emirato Islámico de Afganistán" y tratarán de buscar cierto grado de reconocimiento internacional.

Ya parecen ansiosos por proyectar la idea de que han vuelto para restaurar el orden, la calma y la autoridad, después de la corrupción, las luchas internas y el despilfarro que ha caracterizado a gran parte del gobierno durante los últimos 20 años.

Durante las conversaciones de paz que tuvieron lugar en Doha, se dejó claro a los negociadores del Talibán que este deseado reconocimiento solo podría llegar si se desvinculaban por completo de al-Qaeda.

Ya lo hemos hecho, dijeron los talibanes.

Pero en realidad no es así.

El 12 de agosto, mientras los talibanes aún avanzaban hacia la capital, el encargado de negocios de los Estados Unidos en Kabul tuiteó: "Las declaraciones de los talibanes en Doha no se parecen a sus acciones en Badakhshan, Ghazni, Helmand y Kandahar. Los intentos de monopolizar el poder mediante la violencia, el miedo y la guerra sólo conducirán al aislamiento internacional".